Una mirada afro del COVID 19

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Por Yeison García

Han pasado varias semanas desde que se impusiera el confinamiento a todas las personas que vivimos en este país. Nada más decretarse el estado de alarma, pensé en todas las personas migrantes y no blancas que se verían atrapadas en las violencias que se esconden detrás de las lógicas de opresión racistas, machistas y clasistas presentes en nuestra sociedad. 

Me uní a otras hermanas y hermanos de otras comunidades y del pueblo gitano, para impulsar un espacio que diera respuesta a las posibles violaciones de derechos derivadas del racismo institucional y social en el contexto del COVID 19. Antes de quedar encerradas en nuestras habitaciones, para aquéllas que tenemos el privilegio de tener una, ya se habían producido agresiones racistas contra personas de la comunidad asiática y personas del pueblo gitano. 

Aunque se diga que el virus no distingue entre razas, etnias ni clases, muchas sabemos que, el propio confinamiento y las crisis económica, social y política que vienen; se viven y se van a vivir de diferente manera en nuestras comunidades y pueblos. No ha habido una democratización de la fragilidad de la vida. Yo diría que, ciertas vidas que siempre se sienten a salvo; que siempre están en el centro; que siempre se sitúan como la norma, se han visto un momento en el espejo de la vulnerabilidad más cruda. Sin embargo, muchas de estas personas tendrán la posibilidad de volver a poner una tela encima del cristal para no mirarse, sus condiciones socio- económicas no se verán tan golpeadas, incluso tendrán el derecho a que algunas de las medidas sociales del Gobierno, quizás, de forma insuficiente, les protejan. Más de 600 mil hermanes en situación administrativa irregular que en su gran mayoría se encuentran en las partes más empobrecidas de la sociedad, no tendrán esta oportunidad. 

Hemos sabido que, en EE.UU el Covid-19 está afectando con mucha más dureza a la comunidad negra e hispana. Que estas cifras tan altas están principalmente relacionadas con las históricas desigualdades estructurales en las que resisten/sobreviven estas comunidades. Allí, aunque ha costado que los gobiernos dieran las cifras para ver cómo está afectando de manera diferencial el Covid- 19, saben que el eje racial es fundamental para analizar las desigualdades estructurales provocadas por este sistema económico depredador. 

Aquí, nos encontramos con la realidad de que, todavía, no se pueden obtener este tipo de datos. Varios gobiernos se han negado a desarrollar los mecanismos necesarios para saber la composición de la población de nuestro país. La recogida de este tipo de información nos permitiría tener una fotografía más fidedigna de, primero, si se están respetando los derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales de las nuestras y nuestros, y segundo, en este caso concreto, saber de qué manera nos está afectando esta crisis sanitaria, económica y social. Esto no es una cuestión simplemente institucional, relacionada sólo con formas de entender e implementar políticas públicas que tengan en cuenta la diversidad étnico- racial de nuestra sociedad. Va algo más allá o más acá, se trata de imaginarios.

Hace unos días, mientras estaba leyendo, entró por mi ventana un grito: “Eh, ¿a dónde vas? Vosotros venís a quitarnos el trabajo”. Al segundo, asomé mi cabeza por la ventana buscando a las personas implicadas en esa tragicomedia que estaba presenciando. No pude ver a la persona que estaba siendo increpada, únicamente alcancé a cruzar miradas, antes de que se metiera dentro, con la vecina del cuarto piso del edificio de enfrente. Su culpabilidad entró en escena a las 20:00. Salí a aplaudir, miré si estaba, ella notó mi presencia y se escabulló nuevamente. Yo me quedé con una sensación extraña porque por una parte me sentía conforme con el hecho de que ella se sintiera incómoda por lo que había hecho. Sin embargo, en mí se despertó otra sensación, al ver la tela blanca con un arcoíris dibujado ondeando en su ventana.

A estas alturas no es algo que me sorprenda. Entiendo perfectamente que, nosotrxs, las personas migrantes y no blancas, no entramos en la idea de lo común que defienden muchas. A pesar de que haya crecido en esta sociedad, sé que aún para demasiadas personas siempre seré el otro. Sé que muchas de las que salen a aplaudir a las 20:00, lo hacen reclamando mejores condiciones laborales para aquéllxs que están en  primera línea, muchas salen para señalar la sobrerrepresentación que hay de las mujeres en lo que se refiere a los cuidados… Pero, decidme ¿Cuántas creeis que salen a aplaudir con la conciencia de que muchas de estas personas que están en primera línea son hombres y mujeres migrantes y no blancas que se están jugando la vida por todxs nosotrxs? Incluso, en nuestros imaginarios, no nos consideramos de esa manera, como personas que están cumpliendo diferentes papeles fundamentales en esta sociedad. Y no se trata de pensarnos en las lógicas utilitarias que imperan, se trata de pensarnos desde el poder comunitario que tenemos y que podemos llegar a tener. Nuestra capacidad de influencia en las decisiones que afectan a nuestras comunidades podría ser mayor. Sobre todo, si aquéllas que ascienden socialmente rompen con el discurso del: “Yo me construí a mi mismo”; y se dejan abrazar por uno más cercano a: “Yo lo he conseguido pero, ¿Cuántos de los míos siguen en la pobreza, en la marginalidad, en el sufrimiento social?” Esta pregunta esconde en sí la posibilidad de desmantelar este sistema que explota, criminaliza, excluye y mata a mucho de los nuestros y nuestras.

En este período de confinamiento, me es imposible deshacerme de mi conciencia racial y de clase, no quiero dejar de ampliar la mirada, pero siempre quiero recordar que, si nosotras y nosotros no luchamos por nuestras comunidades y pueblos, nos quedaremos fuera de las tan necesarias redes de solidaridad de defensa de lo común que se están dando y se van a dar.