Mi cuarentena caribeña en Madrid

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Por Yania Concepción Vicente, psicoterapeuta y educadora sexual

Dos meses envuelta en el caos y la calma emocional. Todo nuevo e inesperado. Recién llegada de mi isla caribeña y con las emociones a flor de piel me encuentro con este panorama: Estado de alarma, encerrada en casa y con unas ganas locas de volver a República Dominicana con mi familia.

Mientras la realidad tocaba mi puerta, tenía por otro lado, la oportunidad entrando por la ventana cuando mi pareja me propuso pasar juntos la cuarentena en mi casa. Vivir una experiencia nueva me entusiasmaba, y más con él. Para mí era la prueba que debíamos superar para ver si de verdad  podíamos sostenernos juntos. Así que eso fue lo primero que me hizo experimentar el estado de alarma y ya se pueden imaginar las sensaciones: Cambios y sentires que eso trajo consigo, con todo nuevo y nada planificado. Aprendí nuevas formas de convivir, de negociar, de gestionar mi espacio individual y compartido; aprendí a darme el permiso de no hacer nada y de soltar la idea de productividad capitalista que solo nos lleva al hacer y no al SER. Me reconocí en la incertidumbre y la tristeza, en la tranquilidad y la paciencia. Mientras nos bombardeaban por las redes con actividades para hacer y demás menesteres, les confieso que yo me dediqué a hacer la dieta de información porque aquello me suponía una sobrecarga emocional y mental, de esa que no estaba interesada en gestionar, así que solté, porque sabía el impacto que tenía en mí, no me hacía bien y me disparaba la ansiedad.

Durante la cuarentena puedo decir que estuve bien con todo, aunque con bajones de ánimo producto de la situación. Creo que si no hubiese sido por las videollamadas que me alegraban el alma el grupo que formamos de terapeutas (un regalo de la cuarentena), las sesiones de acompañamiento online y del grupo de apoyo antirracista, mi pareja y compañera de piso que son un sol y apoyo incondicional, todo este tiempo en casa hubiera sido desestabilizador para mi salud física, mental, emocional y espiritual. Por lo que estoy agradecida con la vida por caminar con ellas durante todo el confinamiento.

Otra forma de vivir que me propuse fue el no pensar en el futuro porque me generaba ansiedad no saber qué iba a ser de mi vida cuando todo esto pasara, sin un trabajo estable y viendo las cosas como están, con todo incierto. Vivía el día a día y fui creando una rutina que me ayudaba a mantenerme distraída. Por las mañanas me levantaba sobre las diez: organizaba el piso; hacía ejercicio o yoga y luego meditación (esto fue otra de mis tablas de salvación). Mis mañanas estaban dedicadas al placer y la calma, y así me lo repetía para no machacarme por no ser “PRODUCTIVA”. Esto incluía los momentos de bajones emocionales -cuando no tenía deseos de pararme de la cama- y sin presionarme, dejaba que el día siguiera su ritmo.

Después de almorzar empezaba a trabajar en mis proyectos; hacía videollamadas, reuniones; leía algo corto; trabajaba en la preparación de encuentros grupales y sesiones de terapia. Pasadas las seis de la tarde era el tiempo de compartir con mi compañero de vida, nos dedicamos a hacer actividades juntos y esos momentos los disfrutaba mucho porque eran muy nuestros. Aprendimos a bailar los pasos básicos de kizomba, dibujamos mandalas, veíamos series o mientras preparábamos la cena bailamos afrobeat o alguna bachata de Romeo Santos. La rutina estaba más presente y los cambios emocionales se veían influidos por la temperatura del día: a mayor sol mejor estado de ánimo, me devolvían la vida los rayos de luz en la cara entre la una y las tres de la tarde. Sin embargo, cuando llovía sentía el bajón corporal y el deseo de no salir de la cama. Recuerden que soy del Caribe y el sol es medicina para mí.

Puedo decir que dentro de todo este caos que hemos vivido, he estado tranquila porque estaba con quienes quería. Además mi familia y amistades se encontraban fuera de peligro aun siendo algunas de ellas personas de riesgo. He priorizado mi salud mental ante todo y transité las emociones lo mejor que pude. Agradecida por las personas que están cerca, sin su amor y apoyo no hubiera sido posible, porque sanamos y nos cuidamos en comunidad, de lo contrario esto no sería sostenible.