Narrativas propias:

La importancia de la escritura de las mujeres negras

Escribir, para mí, es la gran protección
— . Toni Morrison.
 

Fatou Cabo Fotografía de Quinny Martinez

 

Texto por: Quinny Martínez Hernández

Mientras escribo este artículo, contemplo la diversidad de la escritura de nosotras, las mujeres negras; narrativas que atraviesan la raíz de nuestros orígenes y la memoria del cuerpo que absorbe los recovecos de nuestras emociones; sentimientos permeados por una realidad que sistemáticamente nos pone a prueba, descalificando la razón que motiva el oficio de escribir en nosotras.

Es tan única la forma en la que escribimos, que, de plano, insisto en que es necesario contarnos sin parar. Es una manera de hacer que se nos conozca desde adentro, rompiendo así, con la cadena de estereotipos sembrados en la memoria colectiva. Como escritoras, podemos caer en la tentación de querer parecernos a las autoras que leemos, también soñamos con vender millones de libros como Chimamanda Ngozi Adichie, o leer tantos libros como nos de la vida, para dar ese toque “intelectual” a lo que hacemos. Tendemos a cuestionarnos en todos los aspectos que van de cara a lo público, porque se pone en tela de juicio cada palabra y cada gesto que de nosotras nace, potenciando la falta de reconocimiento de nuestras singularidades, como en todos los aspectos de esta sociedad que nos margina sin sentido.

Existe la falsa concepción de que hay que escribir “cosas fáciles de vender” de que una escritora para triunfar tiene que escribir libros que se parezcan a otros, y que solo aquellas que narran desde lo autobiográfico, llaman la atención; “porque, esas historias son las más vendidas” y, tienen un “algo” que hace que la gente los compre. En efecto, los libros que más se venden tienen la singularidad de ofrecer a los lectores ese “algo” que buscan, un sello identitario particular que les atrapa, esa cuestión única que enamora y nos convierte en fans de la forma en la que nos relatan, pero no es necesario copiar a las otras, eso no nos convierte en escritoras. 

Por este motivo, una de las cosas que siempre trabajo en los talleres de escritura que imparto, es buscar una voz propia, esa que solo es posible cuando entendemos que escribir no es fácil, es un ejercicio de realización personal que conlleva dedicación y compromiso. Cuando lo hacemos, todo nuestro cuerpo se pone en función de ello, hay que hacer esfuerzos porque las palabras no salen de una taza de té. A medida que empezamos a hilvanar un texto, nuestro cerebro se organiza de una manera tan increíble, que las ideas fluyen, y nuestras manos no tienen otra salida que ponerse en movimiento, tejiendo párrafo a párrafo con naturalidad; llegar allí cuesta, de eso saben mucho las papeleras, el botón de eliminar de nuestros ordenadores, y todas las mujeres que, a pesar de tener la idea de lo que desean narrar, se enfrentan a bloqueos y a los giros inesperados de sus historias. 

También es importante comprender que, más allá de la gramática y de las cuestiones técnicas, hay algo que no se puede explicar; es la magia de lo no escrito; el hechizo de esa voz que nace como una estrella fugaz y que luego, planea insistente sobre nuestras cabezas. Entonces, sólo entonces, nace la necesidad de escribir. Nace una escritora en potencia, que, con cada historia, se convierte en historia.

Fotografía por Quinny Martínez Hernández

Fatou Cabo Fotografía de Quinny Martinez


 Escribir es para valientes, y no es cuestión de parecerse a las mujeres que leemos, tampoco en compararnos, ¡lo escrito, escrito está!

Mientras escribo este artículo, contemplo la diversidad de la escritura de nosotras, las mujeres negras; narrativas que atraviesan la raíz de nuestros orígenes y la memoria del cuerpo que absorbe los recovecos de nuestras emociones; sentimientos permeados por una realidad que sistemáticamente nos pone a prueba, descalificando la razón que motiva el oficio de escribir en nosotras. Eso no evita que entremos en lo profundo de nosotras y queramos narrar el cuerpo y todas las sensaciones de inconformidad que a diario nos guardamos, y que no verbalizamos; muestra de ello, la cantidad de imágenes dramáticas que hacen que nuestro discurso literario sea el manifiesto de una lucha que no cesa, porque el simple hecho de escribir siendo una mujer negra, ya es un acto de resistencia, un grito de vida, un orgasmo a plenitud. 


“Escribo para contar las historias que atraviesan nuestro territorio”

Keshia Howard Livingston

Cada pieza busca trascender su propia existencia, reivindicando nuestro lugar en una sociedad que históricamente nos cierra las puertas del universo literario. Es allí, cuando elevamos el volumen de las historias que hablan alto y claro acerca de los cuestionamientos explícitos, dentro de los espacios que nos oprimen; exigiendo justicia y reconocimiento a través de relatos que interpelan la realidad de un pasado que nos persigue, y de un presente que se resiste a no ser contado. Cada obra publicada se convierte en la materialización de un sueño, concretando así, todo el miedo que nos habita previo al nacimiento de la misma. 

“Si no nos contamos, nos traicionamos”

Lucía Mbomío.

Nuestras publicaciones constituyen la proposición de ocupar los espacios vacíos en la literatura e historiografía en torno a la mujer negra, transmutando todas las imágenes negativas, analizando la memoria colectiva y descubriendo las vertientes en las que estamos presentes las mujeres negras, dentro y fuera de nuestros espacios seguros. Hablar sobre la familia, el amor, el sexo, ciencia, tecnología, tratados complejos, análisis político, crónica, reportaje. Las temáticas que rodean al feminismo antirracista, poseen un léxico nutrido, combatiendo a diario al maldito síndrome de la impostora que se cuela por las hendijas de lo que representamos positivamente para hacernos sentir incapaces. 

Tengo claro que, cuando nace una escritora, nada detiene el arrojo de su verbo. Su narrativa se empina singularmente poderosa, sobreviviendo a cualquier adversidad. En el 90 por ciento de las veces, acudiendo a las costosas ventajas de la autoedición para abrirse un espacio dentro del negocio, puesto que, en la actualidad, las grandes plataformas editoriales, antes de proyectar a una escritora, garantizan un mínimo de ventas, y su mayor aliada en este caso es la representación en las redes sociales y la proyección a futuro en las mismas. Creo que, de esta manera, se pierden la esencia madre de la escritura: el talento y la naturalidad…

No hay que decirlo con la boca chica, escribir nuestras historias nos representa, de esta manera, verbalizamos discursos propios, convirtiéndonos en multiplicadoras de la herencia cultural ancestral y dialéctica que nos habita. Un legado que solo puede ser contado por nosotras mismas; convirtiéndonos en referentes dentro del mundo literario moderno. Es importante que sigamos escribiendo, que no nos detengamos en la búsqueda de ese género literario que nos mueve: Poesía, novela, relato, cuentos infantiles, o crónica... 

Busca tu fuente de inspiración, entra en ti, escribe lo que sientes, y no te detengas ante nada ni nadie.

“Escribir es mi pasión, da sentido a mi vida y me permite expresar lo que siento”

Beatriz Castellano.