Dignidad negra.

Por Yeison García.

Ayer fue 21 de marzo de 2020, Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial. Alrededor, compañeras de lucha trabajaron diversas campañas y actividades para hacer todo el ruido antirracista posible. Se compartieron memes, se crearon debates virtuales, se difundieron fotos con el hashtag “Encasacontraelracismo” y se crearon vídeos de denuncia. 

Uno de estos vídeos mostraba diferentes actos de racismo que se habían dado en España: desde los cánticos contra Iñaki Williams hasta una de las agresiones racistas que se dieron en el último año en el transporte público. Soy el primero en apoyar toda acción de denuncia, comprendo que el poder de la imagen es una de las primeras cuestiones que se tienen en cuenta a la hora de pensar una estrategia de incidencia política; nunca he sido de las que se muestran reacias a visibilizar una acción de violencia, si ésta puede servir para movilizar. 

La narrativa que construimos en nuestra acción para visibilizar las violencias del racismo institucional y social debería ser siempre una preocupación para nosotras. Nuestros relatos fomentan unas partes u otras de nuestra comunidad, nos marcan el lugar desde donde nos construimos como diáspora. Somos muchas las que creemos y trabajamos en el fomento de una narrativa que no nos deje atrapados en la experiencia de la subordinación racial. Enunciarnos siempre desde ahí es insuficiente para explicar la riqueza y consistencia de las luchas de resistencias y transformadoras de las personas negras en España. 

Justo hace unos días comentaba con una amiga la retirada en Barcelona de la estatua del esclavista Antonio Lopez Lopez. Creo que esta iniciativa se puede enmarcar como uno de los primeros actos de reparación de la memoria histórica negra en España y, por eso mismo, me pareció conveniente compartirle mi opinión sobre la idea de ponerle a la plaza el nombre de Idrissa Diallo. 

Idrissa era de Guinea Conakry, tenía sólo 21 años cuando murió en el Centro de Internamiento de Extranjeros de Barcelona. La propuesta de poner su nombre a la plaza nace de diferentes colectivos antirracistas que luchan desde hace años por cerrar estas cárceles racistas. Su historia es un relato de resistencia y un claro ejemplo de cómo funcionan los mecanismos racistas del Estado para acabar con las vidas negras. Es indiscutible que la figura de Idrissa debe formar parte de nuestra memoria como movimiento. Sin embargo, creo que no escapa de los relatos de muerte y sufrimiento en los que constantemente se nos simplifica como comunidad negra. Por eso, le comenté a mi amiga que yo apoyo a las hermanas y hermanos que quieren que la plaza lleve el nombre del Doctor Alphonse Arcelin. 

Alphonse Arcelin destapó las vergüenzas de una sociedad que tenía en un museo el cadáver de un humano. El negro de Banyoles fue defendido por una parte de la sociedad catalana como algo que era suyo. Arcelin se enfrentó a las estructuras del partido político en el que estaba, el Partido Socialista de Cataluña (PSC), que no quería entender lo profundamente racista que era el hecho de tener a una persona negra expuesta en un museo (daría para otro artículo el racismo y colonialismo que aún está presente en muchos museos de nuestro país). 

Las figuras de Idrissa y Alphonse deben ser parte de nuestra identidad como comunidad negra, son las expresiones más claras de nuestra heterogeneidad de caminos y vidas atravesadas por el racismo institucional y social. Pero, como decía anteriormente, es importante que reflexionemos sobre los relatos que nos construyen. La lucha de Alphonse Arcelin se sale de los marcos establecidos a la experiencia negra en España, no es un sujeto pasivo, Idrissa tampoco lo fue, la diferencia fundamental radica en que Alphonse miró a la cara a la sociedad, les explicó el acto de racismo que se estaba llevando a cabo en Banyoles, se enfrentó al poder político y económico de Cataluña y España y, finalmente, gracias a la ayuda de figuras nacionales e internacionales de peso, lo consiguió. Humanizó a esa persona cuyos restos estaban expuestos en un museo, limpió un poco la mancha de sangre negra que baña la civilización europea. 

No se trata de una competición, los dos merecen, como otras muchas personas de nuestra comunidad, ser recordadas como parte de nuestra historia. Ahora, esto no quita que no podamos reflexionar sobre la importancia estratégica para la dignificación de nuestra comunidad, de una figura u otra.   

Con todo, no era objeto de este texto trasladar este debate. Mi intención transitaba más por los sentimientos que nos estamos encontrando en estos días de estar encerrados en casa, de ser vapuleadas y vapuleados con cientos de noticias al día que muestran nuestra fragilidad. Al ver el vídeo de las agresiones racistas pensé que no era el momento, que, a lo mejor, lo que nos pedía el alma era otro tipo de narrativa, una que nos representara desde otro lugar, que nos dejara evadirnos un poco de la sensación de inseguridad y miedo que nos rodea. Temo que, estemos tan acostumbradas a estar en la encrucijada, que, ni nosotras mismas nos permitamos respirar, habitar durante unos minutos un espacio más allá de la raza o donde ésta esté presente de otra manera, merecemos enunciarnos desde otros lugares. Europa nos construyó desde la esclavitud cuando nosotras somos herederas de imperios. 

A veces me pregunto como Donato Ndongo si, “¿dejará de llover en esta tierra angustiada, ahíta de relámpagos, truenos, potestades y dominaciones?¿dejará de llover?”. No creo que podamos romper con la lluvia. Es parte constitutiva del sistema económico, político, filosófico y social en el que nos encontramos. Quizás no sea la comparación más adecuada pues la lluvia suele ser concebida como vida y el racismo es pura pulsión de muerte y destrucción. Lo que sí creo es que, desde las barracas de la vergüenza de la historia, nos levantemos; desde el pasado enraizado al dolor, nos levantemos, somos parte de un océano negro, amplio e inquieto, que mana, y nos extiende, sobre la marea. Esto nos diría Maya Angelou, que nos levantemos. 

Es importante pensar desde dónde nos construimos para no caer en la trampa, poder jugar en esta partida comos reyes y reinas que somos, dejar de ser sólo peones. Nos levantaremos.

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