Queerandad, negritud y raza en la ficción audiovisual española

Por: Gabriel Vargas Zapata

Decía Román Gubern, que el Audiovisual “no es una forma más de comunicación, sino el espacio central y hegemónico de la cultura actual.” Poder existir siendo negros y maricones en España, es una ofensiva que se extiende a todos los ámbitos de la vida y espacios de socialización, incluso en el ámbito televisual. A partir de la llegada del movimiento Black Lives Matter al país, la representación de las personas negras se ha incrementado considerablemente. Es una evidencia que salta a la vista con solo encender el televisor, visitar una sala de cine o navegar por las plataformas digitales de streaming. La producción nacional ha puesto el ojo en la raza como parte de una composición estética y narrativa y, poco a poco, la ha ido integrando al sistema audiovisual. El último informe ODA (Observatorio de la Diversidad en los Medios Audiovisuales) de 2022, Análisis sobre la representación de la diversidad en la ficción española del 2021 en cine y televisión, sitúa esta representación concretamente en un 7,5%.

Atendiendo a esto, las agencias de castings y representantes, están viviendo desde hace pocos años, un vuelco histórico y se están adaptando a las nuevas demandas de guion. También para ellos está siendo un proceso de aprendizaje y deconstrucción que, por supuesto, no escapa a las dinámicas racistas. Hay presencia de personas racializadas en prácticamente toda la ficción nacional actual. Hablar de la calidad de esta presencia, es otra cuestión. Resulta evidente que no hemos dejado de ser negras retratadas por los productores y directores blancos que copan la industria. Los personajes que encarnamos, nuestras tramas (cuando las hay), nuestros diálogos (cuando los hay), son en la mayoría de los casos, un reflejo esperpéntico y estereotípico del lugar que ocupamos en los imaginarios narrativos de la blanquitud.

Conquistar los territorios del audiovisual español ha tomado décadas. Ser parte de la conversación televisiva nos ha llevado por un periplo que va del cliché al tokenismo, donde la única y brevísima trama a la que podemos aspirar, consiste precisamente en la de ser una persona negra. Como le ocurría a Nge Ndomo, el personaje al que dio vida Samuel Claxton en la sátira surrealista de José Luis Cuerda, Amanece que no es poco (1989).

El audiovisual como medio de masas y como dispositivo dialéctico que da soporte, contexto y continuidad a la construcción y a la reconfiguración de los imaginarios sociales que intervienen directamente en la forma como percibimos y entendemos la realidad, está destinado a jugar un papel importantísimo en la educación y en la lucha antirracista de los próximos años. Especialmente la ficción, porque como explica Reni Eddo-Lodge en Por qué no hablo con blancos sobre racismo, “Es en el cine, la televisión y los libros donde vemos las más poderosas manifestaciones de lo blanco por defecto.”

Ahora bien, me gustaría centrarme en los personajes racializados de la producción nacional más reciente, que rompen con la lógica hegemónica heterosexual.

Si bien los medios han perdido el complejo de hablar y visibilizar la diversidad y las distintas formas de disidencia, pensarlas, imaginarlas y narrarlas fuera de la blanquitud, es a día de hoy una excepción exótica, cuya limitadísima aparición en series y películas, se resume en un puñado de personajes que a continuación me propongo comentar.

Para empezar, y por contextualizar, en España el relato heterosexual ha encontrado su espacio de oposición de forma paulatina. Las primeras representaciones datan de los años sesenta, todavía en pleno franquismo. Toda una odisea, teniendo en cuenta la fuerte censura de la época. A cuenta gotas, el personaje del hombre gay blanco español de mediana edad, se fue colando en los guiones de un país que apenas en los ochenta comenzaba a despertar de su largo letargo nacionalista.

Mientras algunos directores convencionales dibujaban la homosexualidad a imagen y semejanza de sus masculinidades, Almodóvar proponía un viaje por los márgenes en el que cabían toda clase de figuraciones y feminidades. Aunque alguna de ellas, a día de hoy y entonces, bastante revisables.

Sin embargo, quien de verdad jugó un papel fundamental en la normalización, en principio, de la homosexualidad de los hombres blancos, un dispositivo gratuito, fácil de usar y con un lenguaje que todo el mundo podía entender, fue la Televisión. Algunas series de la era Neotelevisiva, que definía Umberto Eco, como Farmacia de guardia (1991-1995) o Al salir de clase (1997-2002), retratan ante las grandes audiencias del prime time de los noventa, las salidas del armario de Pablo y Santi, respectivamente. Un país entero desde la comodidad del sofá, pudo verlo sin filtros ni mordazas. Momentos que han quedado grabados en nuestras conciencias colectivas.

Se dice que el queridísimo personaje de Mauri, interpretado por Luis Merlo en Aquí no hay quien viva (2003-2006), entre otros muchos elementos políticos, ayudó a allanar el camino para el amplio y transversal consenso social, empatía y alta popularidad de la que gozó en su momento la aprobación del matrimonio igualitario en España, vigente desde el 3 de julio de 2005; pese a la fuerte campaña en contra liderada por el Partido Popular y la Iglesia.

A pesar de estos antecedentes, no hay nada que celebrar todavía. El ODA sitúa en su informe las representaciones de personajes LGBTIQ+, en la actualidad, en un 8,8% en películas y en un 9,5% en series. Es decir, seguimos estando ante una muy negativa puesta en escena de la realidad. 

Además, la queerblanquitud se ha apoderado de todas estas formas de representación. Copan casi por completo las pocas cuotas de visibilidad. Abrir el abanico de la diversidad real, más allá del sujeto blanco homosexual, ha costado décadas de luchas y reclamos. Nuestras referentas negras siempre han venido de afuera. Hemos intentado por mucho tiempo mirarnos en un espejo americano que nos devolvía siempre en otro idioma, una imagen muy distinta a la que esperábamos, pero imagen al fin. Derribar el mito del hombre negro y su masculinidad, requiere todavía un trabajo de deconstrucción que debe empezar desde adentro de nuestra propia comunidad afroespañola.

Nos miramos y nos miran todavía como incapaces de derribar la normatividad, porque es el régimen heterosexual y su política, el que decide y dispone cómo habitar la queeerandad moderna, y en ella no cabemos todavía las personas negras. La búsqueda de referentes en la vida real, pasa por los círculos de voguing (los politizados, no los apropiacionistas), casas y comunidades que han ido proliferando por todo el territorio los últimos años, de nuevo con la industria audiovisual estadounidense como único referente. Series como Pose (2018-2021), nos han inspirado y dado un marco teórico renovado, desde el cual pensarnos e imaginarnos como sujetos perfectamente posibles en esta sociedad española.

El primer personaje gay racializado que recuerdo haber visto en televisión es el que interpretó José Manuel Ascensao en La oveja negra (1987) de Román Chalbaud, una película que repitieron incansablemente en la tele abierta de los noventa, en la Venezuela de mi infancia. Sin tener definida mi identidad, el personaje de Hermés fue una puesta en escena de las inquietudes de un niño que sí podía entender claramente lo que no era. En España, no reconocí a ningún personaje no heterosexual racializado hasta 2017, cuando fui al cine a ver Señor, dame paciencia (2017) de Álvaro Díaz Lorenzo.

El personaje de Eneko interpretado por Boré Buika era solo un reclamo para que Gregorio, el protagonista al que daba vida Jordi Sánchez expusiera sin cortapisas su racismo, xenofobia y lgtbifobia a manera de chistes, ocurrencias y situaciones de todo tipo completamente fuera de tono. Mientras que el lugar que ocupaba Carlos, el personaje gay blanco que interpretaba Eduardo Casanova, no era objeto a penas de ningún cuestionamiento, Eneko era sometido a todo tipo de justificaciones. Su trama, como le ocurría a Nge Ndomo consistía únicamente en que era negro, pero además gay y vasco.

La película llegó a las plataformas adaptada a formato serie a principios de 2022, y uno de los ajustes argumentales más llamativos que se llevó a cabo, fue la sustitución de Eneko por Pablo, un personaje blanco.

Durante la tercera temporada de Paquita Salas (2016-2018), pudimos ver muy brevemente a Famous Oberogo, ganador de la décima edición de Operación Triunfo, interpretando al recepcionista de una asociación LGBTIQ+. El retrato que solo dura unos segundos, consiste en un chico patoso, aparentemente nervioso e introvertido sobre el que no se desarrolla trama alguna, ni siquiera ningún conflicto. Es prácticamente una figuración especial con escasas líneas de guion, movida tal vez por el deseo de representar una aparente diversidad racial, que no solo es poco creíble, sino que además carece de consistencia y contenido; más aún en una serie plagada de maravillosas tramas capitulares en las que pequeños personajes pudieron brillar ocupando muy pocos minutos.

El caso del popular Omar Shanaa interpretado por Omar Ayuso en Elite (2018-presente) es bastante particular. Su White passing se camufla con una masculinidad y una hombría que, en ocasiones, supera hasta la del más heterosexual de la serie. Sus tramas románticos son tramas heterosexuales de manual, salpicados de paternalismo europeo y cristiano, desde el cual se pretende instruir sobre las normas islámicas y sus fatales consecuencias sobre la homosexualidad. No existe ninguna perspectiva racial o étnica en el personaje. Con esto no quiero decir que no existan marroquíes de tez blanca, sino que el retrato de un chico gay marroquí y sus conflictos, es en sí mismo un blanqueamiento de lo queer, bajo el discurso heterosexualizador tradicional. Sin dejar por fuera, por supuesto, el cansino y recurrente estereotipo del chico árabe de barrio que trapichea y delinque.

Otro ejemplo bastante particular es el del personaje que Jimmy Castro interpreta en la primera temporada de Valeria (2020-presente), un arquetipo gay del que no conocemos ni nombre ni ningún otro dato. Por la dimensión y brevedad de la aparición, se limita a figurar como el amigo de Adrián. Junto a su novio, hacen de espejo y modelo de pareja idílica delante del verdadero romance protagonista, el de Adrián y Valeria, la estrella de la serie y que encarna la actriz Diana Gómez. La crisis sentimental que ambos atraviesan consume de principio a fin toda la temporada. El único objetivo de esta escena no parece ser otro más que poner el acento (a través de la comparación), en el fracaso de dicha relación. No obstante, dentro de ese pequeño espacio, el personaje se permite la claridad, lo cual es casi una novedad en España. Desde el instrumento del diálogo y la voz, se propone un timidísimo rompimiento con los acuerdos de la masculinidad negra, cliché, pero ruptura al fin y al cabo; aunque, es tan fugaz, que no tiene ninguna oportunidad de trascender.

El debate sobre si un hombre heterosexual debe o no interpretar personajes de hombres gays, lo reservaré para otra ocasión, entre otras cosas porque los blancos llevan haciéndolo desde los tiempos de Méliês.

Respecto al personaje de Yoon Soon en la serie 3 caminos (2021), interpretado por el actor catalán Alberto Jo Lee, el informe de la ODA es claro al señalar que se nos “presenta como un marido infiel que podría ser entendido como consecuencia de su bisexualidad”, pero además como un padre informal, incapaz de asumir responsabilidades familiares, reforzando los estereotipos del colectivo bi. De todas maneras, se trata en general de una serie con un tono profundamente moral-cristiano. En mi opinión hay otra cuestión también grave, que además no es exclusiva de 3 caminos, y es que el actor es obligado a hablar con “acento”, lo cual dice mucho de las limitaciones de la blanquitud para imaginar la racialidad como parte orgánica (e histórica) de la sociedad española. Se ha escrito y reflexionado muchísimo sobre el fenómeno de la extranjerización de las personas racializadas y sobre la falsa idea de que España es blanca, como relato imperante sobre la incontestable realidad de que, no solo no es blanca, sino que en realidad nunca lo fue.

No obstante, debo rescatar el hecho de que Yoon Soon, como también ocurre con Álvaro de la serie Paraíso (2021-2022) y que interpreta Cristián López, cuenta con una intriga propia, dentro de una estructura coral en la que todo el elenco protagonista se halla más o menos en un mismo plano de relevancia.

Volviendo al cine, la recién estrenada Rainbow (2022) de Paco León, una versión libre de El mago de Oz, podría considerarse casi como un caso anómalo dentro de la corriente revisionista que ha tomado la industria en nuestro país. Justo cuando el sistema comienza a ejercitar la autocrítica y, muy tímidamente, a cuidar los fondos y las formas en qué se nos retrata, León se regocija espectacularmente en los estereotipos más elementales.

En la adaptación, Wekaforé Jibril interpreta a Akin, un personaje casi sin líneas de texto y cuya performance reposa mayormente en lo corporal y en lo físico. En mi opinión, se ha perdido una oportunidad muy valiosa de llevar a cabo un trabajo normalizador de verdad, con un personaje que pudo ser ícono y referente, debido a su expresión de género, amplia presencia y vínculo directo con la protagonista y el desarrollo de sus conflictos. La tragedia de Akin deriva en que su familia negra, retratada espantosamente en una suerte de gueto afro, no lo acepta, al igual que le ocurre a Omar en Elite. El curso de su historia es bastante impreciso (también por la naturaleza narrativa del film). Lo podremos ver, siempre sin voz y descamisado, en una sucesión de surrealistas situaciones, que incluyen hasta una persecución policial que lo definen (resumiendo mucho) como un elemento exótico, asalvajado, marginal, migrante, peligroso, queer y que, literalmente, acaba convirtiéndose en un león. No requiere ni siquiera un ejercicio de interpretación profunda.

En definitiva, puede que dentro de unos años veamos a un Paco León, ya con perspectiva de raza, pidiendo perdón también por Rainbow.

Mientras tanto, en la sobremesa de Televisión Española, Servir y proteger (2017-2023), un melodrama policial a cuya última temporada, recientemente emitida, se incorporó el actor Nourdin Batan para dar vida a Boi, un chico árabe y gay. Al igual que varios de los ejemplos analizados hasta ahora, Boi forma parte de una trama romántica interracial. En primer término, su presencia está validada por la de un personaje también gay, pero blanco. Ambos, por cierto, ceñidos al patrón de la matriz social masculina; y tengo que aclarar que el problema no es la masculinidad, sino lo que se hace con ella. Claro que los cánones masculinos no son exclusivos de los hombres cis heterosexuales, el problema es que se nos presenta como único modelo válido y como un proceso justificador y compensatorio que flexibiliza la introducción de personajes gays. Para más inri, Boi, al igual que Omar en Elite, tampoco escapa al estereotipo del camello que engaña, que está vinculado al mundo del boxeo, y que acaba además asesinado y envuelto en un chantaje, de manera que su muerte, moral y narrativamente, queda de cierta forma justificada.

Volviendo al informe de la ODA, sobre la intersección entre racialización y pertenencia al colectivo LGBTIQ+, “la representación de la sexualidad no es una parte fundamental de estos personajes donde suele tener más importancia la situación de ser racializada o migrante en su arco argumental”, yo subrayaría también: sobre estos escasísimos personajes. Pueden contarse casi con una mano.

La minúscula representación a la que se nos delega, consiste básicamente en la de hombres gays masculinos, vampirizados por la heterosexualidad, y donde la feminidad o cualquier expresión de género, lo disidente en general, no tienen cabida alguna. Existe una clara agenda de heteronormalización de todo aquello que pretenda romper con la hegemonía masculina. Se nos presenta la homosexualidad erróneamente como antónimo de heterosexualidad y como cuota de inclusión. Las mujeres no existen tampoco en dicho imaginario, y la feminidad en general está relegada exclusivamente a las mujeres blancas. No se asume la diversidad, se perpetúan las jerarquías de poderes y el patriarcado desde todos los ángulos y posiciones de cámara, y se escriben historias donde todavía cuesta mucho reconocernos.

En resumen, se intenta embutir todo el espectro sexodiverso en un único sujeto, el único con el que el sistema es capaz, por ahora, de entablar un diálogo (torpe y monotemático): el hombre gay. Presentándose además como modelo de disentimiento, como reglamento y requisito exclusivo para acceder al consentimiento patriarcal, binario, cis, blanco y heterosexual que domina y seguirá dominando el relato, el lenguaje, la estructura, los puntos de giro y los arcos psicológicos de sus historias y también de las nuestras, porque, como afirma Reni Eddo-Lodge, “el miedo a los personajes negros, es el miedo a un planeta negro”. De manera que, el sistema al que se nos ha subyugado, no solo ha servido para desproveernos de nuestras diversidades ancestrales, sino que además se utiliza como herramienta de control y de erradicación de lo queer-negro.