Lo particular no particular

¿Qué tanto puede determinar la condición étnica de un sujeto su trayecto de vida?

Foto: Ruiz Ocoro

Ela Vergara

Casi no nacer

Maira Lucía nació el 16 de Marzo del 2000 en el centro de salud —no hospital— del ahora barrio Amaime en la ciudad de Palmira. Ese día, en la mañana, al sentir su madre los dolores que anuncian el inicio del trabajo de parto, se dirigió al hospital en el casco urbano de la ciudad; allí le dijeron en la sala de maternidad que aún no era el momento y la enviaron a su casa.

Cerca del medio día los dolores se incrementaron. Sin más que hacer, Sixta Tulia —que entonces tenía 17 años y acababa de quedar huérfana— se determinó a llegar sola hasta el centro de salud de Amaime, su opción más cercana.

En el lugar las enfermeras le indicaron que allí no atendían partos y que debía ir nuevamente al hospital, lo que implicaba salir a la recta intermunicipal para esperar el bus que la llevase a Palmira y, de ahí, otro transporte hasta el hospital, donde tendría que esperar a que la ingresaran y probablemente la sentaran en una sala a esperar la atención.

Estando en aquel centro de salud, Sixta Tulia sintió que no podía contener las ganas de orinar y se dirigió al baño, donde se dió cuenta de que la cabeza de su hija ya estaba afuera. Ahí nació Maira Lucía: en el baño del centro de salud de Amaime, un día jueves, entre las 3:00 y las 4:00 de la tarde.

En el Proyecto de Ley por medio del cual se dictan medidas para prevenir y sancionar la violencia obstétrica, presentado en 2014 por la entonces senadora de la República Nadia Blel, se incluye la “omisión de una atención oportuna y eficaz en urgencias obstétricas” como una manifestación de dicha violencia. Lamentablemente no se cuenta con una base de datos integral que permita discernir cómo esto afecta directamente a las mujeres negras empobrecidas en Colombia, como ilustra el caso de la madre de Maira Lucía.
Inicia entonces su camino en la vida una niña negra, en un territorio donde no era necesario saberse negra, sino solo una niña con el pelu puto que su madre pronto quiso “suavizar” con un aliser para niñas que le llenó el cuero cabelludo de ampollas y peladuras, después de dejarle calva la parte de atrás de su cabeza.

Literatura del cuerpo

En Septiembre del 2008, “la niña Maira” —como le llamaría, desde entonces hasta la actualidad, su tía abuela— fue llevada a vivir en Cali con la tía de su madre y su esposo; esto fue el resultado de una visita esporádica en la que Maira Lucía y sus, hasta entonces, dos hermanas conocerían a una tía abuela de la que nunca habían oído.

Esa tarde de domingo la madre y la tía de Maira acordaron que, de encontrar cupo en el colegio para una de las niñas, la tía Esperanza, la recibiría en su casa y se haría cargo de ella. Una vez confirmado que había cupo en el colegio para cualquiera de las niñas, por razones relacionadas con la jurisdicción paterna de sus hijas, la madre decidió que quien se mudaría a Cali sería Maira, la mayor.

Empieza entonces un nuevo ciclo en esta historia: una niña de 8 años se enfrenta a un entorno escolar en el que, por primera vez, se le acusa de ser diferente, donde se hace notable la necesidad de nombrarla negra.

Tan pronto Maira cumplió 9 años, cobró vida nuevamente la manifestación de su ser defectuoso, mal escrito: su tía abuela quiso alisar su cabello. A Maira la convenció el ver que a sus compañeras del colegio con el cabello liso se les consideraba bonitas y que sus compañeros la llamaban “María cachitos” porque decían que sus trenzas parecían cuernos.

Para cuando Maira cumplió 13 años, ella misma decidió dejar de alisarse el cabello, le salió a su abuela con que era un gasto innecesario y exagerado invertir cerca de $60.000 COP mensuales (15€ aprox.) en que su cabello pareciera algo que no es. La verdad es que Maira se sentía mal cada vez llevaba el cabello más corto porque se le caía; el aliser le quemaba el cuero cabelludo, en el Salón le teñían el cabello para que no se notara que se le estaba tornando de un color cobrizo por el debilitamiento y la agresividad de los químicos a los que lo sometía.

A Maira le pasó lo que nos pasa a todas las mujeres negras cuando dejamos de alisarnos, su cabello parecía pelear consigo mismo: sus crespos crecían desde la raíz, a la vez que, de medios a puntas, su pelo seguía liso, su respuesta fue volver a los peinados de su infancia en Amaime: las trenzas africanas.

Esa decisión hizo más evidentes la formas en que su corporalidad era leída, de repente le decían que las trenzas eran para las negras —aludiendo a que las trenzas eran feas y debían usarlas las “negras feas”—, que se había enloquecido, entre otras tantas cosas. El impacto más significativo de todo esto fue que Maira empezó a sentirse más segura de sí misma, más bella, más cómoda; su cabello dejó de ser un retrato de lo moribundo y volvió a crecer imponente, grueso y abundante.

Cuerpo impropio

No se trataba solo del cabello, pero ese fue, tal vez, el detonante.

A partir de ese proceso, a Maira la bombardearon con cómo debía verse, porque hay una imagen comercial de las mujeres negras y unos supuestos que la justifican. El problema se situaba en que Maira no correspondía con dicha imagen: no era alta, ni físicamente fuerte, no tenía el trasero grande y las caderas anchas, ni la cintura pequeña, su piel no era lo suficientemente oscura y su cabello demasiado crespo.

Parecía que su cuerpo y su estética —en el marco de “lo natural”— no tenía cabida, no entraba en ninguna parte; siempre debía subir de peso, era demasiado velluda; el médico le dijo que tenía más testosterona de la que debería, que su piel tenía un tono amarillento extraño, que no era negra, en fin.

A Maira constantemente se le dijo que no era, que debía cambiar algo, que algo estaba mal, que su cuerpo estaba mal.

Antes de ser admitida en la Universidad del Valle y en la Universidad Nacional, en el 2016, Maira conoció a Johana Caicedo, la fundadora de la Fundación Somos Identidad que opera en todas las sedes de la Universidad del Valle y otras tres universidades de Colombia.

Incidir Siendo

Durante el segundo semestre de su pregrado en Sociología en la Universidad el Valle, a Maira le resonaba aún el primer encuentro con Johana Caicedo, una mujer negra con un cuerpo y una estética que no se representa en el discurso —aún implícito— del deber ser de una mujer negra; de manera que Maira se presentó un día en el espacio que la Fundación tiene al interior del edificio de la Facultad de Comunicación y empezó una conversación que la llevó a ser parte del equipo de trabajo de dicha organización.

Casi sin pensarlo, respondiendo a los requisitos de la universidad y a sus propios intereses vitales, Maira pasó de ser la mujer negra sin cabida a la que ahora—apoyada tanto en sus experiencias de vida y su proceso formativo con la Fundación, como en su carrera académica— amadrinaba estudiantes negrxs que se inscribían en la universidad, dirigía círculos de formación, daba charlas sobre los procesos de admisión de la Universidad el Valle y las acciones afirmativas que ha ganado el movimiento afro estudiantil.

De esta manera, Maira dio rápidamente inicio a un ejercicio colectivo desde una organización de base que, particularmente, no promueve la homogeneidad sino que, por el contrario, legitima la construcción de las identidades de manera integral.

Somos Identidad se convirtió también en una plataforma por medio de la cual Maira empezó a habitar y establecer conexiones con personas y espacios que la posicionaron incluso a nivel laboral. Dos años después de que Maira decidiera abandonar la carrera, cuando ya no tenía ninguna relación con la Universidad o la academia, fueron principalmente las directoras de Somos Identidad quienes insistieron y propiciaron que ella se reintegrara a su proceso de formación académica en la Universidad del Valle.

Es por su proceso en Somos Identidad que Maira pudo acceder al Diplomado en Formulación de Políticas Públicas de la UNAD (Universidad Nacional Abierta y a Distancia), así como a otros espacios de formación que, en simultáneo a su carrera universitaria, le nutren en función de sus posibilidades de movilidad económica y laboral.

 

Sea lo que sea, la manera en la que cuentes tu historia en línea puede marcar la diferencia.

El oficio de narrar-se

Una de las personas que Maira conoció a través de Somos Identidad fue la conexión que la llevó a integrarse en el Laboratorio Internacional de Poesía Afro Femenina Cimarroneando el Verbo, donde se desarrolló como poeta y pudo también consolidar herramientas que le permitieran crear y dirigir el Laboratorio de Escritura Poética Palabras con Alas en Palmira. Gracias a esto, participó en el Festival Internacional de Poesía Vuelo de Palmas de la misma ciudad, de donde salió una publicación digital antológica de poesía internacional con el mismo nombre.

Cimarroneando el Verbo no solo le permitió compartir experiencias y crear poesía con otras mujeres negras, sino que impulsó su carrera literaria al punto de contar hasta la fecha con tres publicaciones colectivas, ser la ganadora de la convocatoria para la Agenda Mujer 2021 del Museo Rayo, y tener tres publicaciones en desarrollo con Ita Editorial, uno de ellos su primer poemario titulado “Ella”.

Al día de hoy la escritura nutrida desde esos espacios colectivos a los que accedió como una mujer negra le significan una fuente de ingresos y unos espacios de participación garantizados como representante de dichas colectividades.

La creación literaria constituye para Maira una expansión de su ser dado que todo este ejercicio se desprende de sus vivencias y aprendizajes como mujer negra transitando la vida, principalmente, desde esta categoría.

Conclusión

Después de lo narrado, haciendo las reflexiones que rodean al cuestionamiento de si realmente —considerando lo que es hoy la vida y los logros de Maira— todo esto que la hace la persona que es y la posiciona en unos marcos económicos y de movilidad social hubiese tenido lugar de no ser por sus propias experiencias de vida alrededor de su condición étnica.

Me atrevo a decir que la trayectoria de vida de Maira es tal cual es, debido a su adscripción, auto reconocida y otorgada socialmente desde el momento en que nació, a la categoría étnica que la acoge.