El Kuduro por la transformación de macronarrativas identitarias europeas

Cada vez se oye hablar más de algunas de las danzas urbanas del África Sur Sahariana y, en redes sociales, los cuerpos racializados parecen estar en el centro. Pero, ¿de qué forma? Por un lado, la danza se romantiza. “No entiende de fronteras ni de colores”, se dice, dando la espalda así a los comentarios racistas que se dan en las aulas de baile. Además, nos vemos bombardeadxs por imágenes y términos muy concretos: la palabra “afro” para referirse a cualquier danza o mezcla de danzas del África del Sur del Sáhara y colocada por defecto como prefijo para cualquier palabra, por el uso de movimientos caricaturizados, vídeos virales de niñxs bailando… En definitiva, se infantiliza y exotiza un África imaginada, entendida como país y no como el continente diverso que es, a través de clichés racistas. Precisamente las estéticas que siguen ese patrón son las que más visibilidad consiguen. Con mayor frecuencia, se normaliza el uso de canciones con estilo de danza propio para bailar mezclando pasos de países diferentes obviando los contextos de creación.

Frente a este panorama, estoy convencida de que lo más pertinente es plantearse las preguntas correctas. Así que, estimulada por la reciente lectura de Desatad a la reina reinona de Lucía Piedra Galarraga y consciente del impacto que tienen esas estéticas en la percepción de la negritud, recojo su interrogación:  “¿A qué economía política de las imágenes estamos contribuyendo?” y, sobretodo, “¿Con qué formas vamos a interrumpir ese relato de la normalidad que se va creando?”

Tras un año de estudio, en el marco del proyecto de Ku’dancin Afrobeatz, encuentro muchas respuestas a través del Kuduro. Las primeras batidas de Kuduro (que significa “culo duro”) nacían en los musseques[1] de Luanda a finales de los años 90, con la mezcla de beats de Techno y samples de Semba y Kazukuta. No mucho después, la diáspora de las PALOP en los suburbios de Lisboa ya producía y bailaba estos ritmos.


[1] En Kimbundu, una de las lenguas mayoritarias de Luanda, significa literalmente “terreno arenoso”. Este término se usa para referirse a los barrios de la periferia de las ciudades angoleñas y especialmente de su capital. Su existencia responde a la lógica del poder colonial portugués, que distinguía las zonas de las ciudades en las que vivían lxs blancxs (terreno asfaltado) a las de lxs negrxs (terreno arenoso).

Muy a menudo, el Kuduro es considerado como un estilo demasiado difícil. Eso explica que el Afrohouse - estilo nacido en Sudáfrica en los años ‘80, pero desarrollado principalmente en Angola a partir de 2009 - tenga mayor y mejor difusión en el público europeo. De la misma forma entenderíamos el éxito del grupo Buraka Som Sistema, pionerxs en visibilizar las creaciones de la afrodescendencia en la periferia lisboeta. Podríamos decir que reciben claras influencias de Kuduro sin representar este estilo puramente.

En el documental Lisbon Beat, de Rita Maia y Vasco Viana, DJ Marfox afirma que el Kuduro es juzgado como agresivo. “Si la gente viniera a Quinta do Mocho[2]y oyera esta música”, dice el productor, “diría que no pueden escucharlo. Pero cuando es en Musicbox[3] , en un contexto en el que entienden, lo aceptan más fácilmente.” Esa frase me impresionó. ¿Qué hace que un producto musical o de baile cambie tanto como para ser digerible en un espacio y no en otro? y ¿a qué lógica responde la popularidad de unas propuestas artísticas por encima de otras?


[2] Barrio de la periferia de Lisboa, en Sacavém. Forma parte de esos proyectos de viviendas que se formaron tras la revolución de los claveles y el fin de la dictadura de Salazar en el 74, en los que se acogía la migración de los países de las ex colonias lusófonas. Además de estar en la periferia, no se crearon nuevas líneas de transporte a la ciudad, dejando estos barrios aislados.
[3] Discoteca de la famosa calle Rosa del centro de Lisboa

La blanquitud opera en forma de eufemismo. La negritud es posible cuando es entendida en un marco blanco y capitalista. Un producto cultural afrodescendiente es consumible cuando se puede entender desde la exotización e incluso a menudo desde la sexualización de los cuerpos. Forma parte de la lógica neocolonial en lo cultural: se imponen términos para referirse a músicas y/o bailes, se obliga a seguir unas determinadas estéticas, se jerarquizan unos estilos por encima de otros y unos cuerpos se convierten en más legítimos y visibles que otros. 

Por otro lado, y para entender el peso de nuestra mirada, también se hace evidente en documentales, artículos, etc., dónde se separa la música del baile en estilos en los que ambos elementos van de la mano. Por ejemplo, resultaría absurdo trazar esa frontera en el caso del Kuduro, cuando es el movimiento de caderas de Jean Claude Van Damme que inspira a Tony Amado a dar el nombre de “culo duro” a estos ritmos. Sin embargo, a menudo se habla de éste exclusivamente como un estilo musical. 

La rama kudurista lisboeta sirve de lupa para hablar de la relación de Portugal con su afrodescendencia. En 1974 y tras la Revolución de los Claveles en la capital portuguesa, Portugal se vio obligada a perder sus colonias, que mantenía bajo la justificación del “lusotropicalismo”. Las personas que emigraron a partir de entonces de países lusófonos africanos fueron instaladas en barrios periféricos lisboetas sin ningún tipo de comunicación al centro de la capital. Esa perpetuación del poder colonial se extiende a lo institucional: una persona hija de caboverdianos, por ejemplo, no será portuguesa aunque haya nacido en Portugal. Así persigue a la diáspora de las PALOP una visión simple y jerárquica de las identidades que la atraviesan: hayas migrado o no, serás consideradx como “africanx”, “inmigrante” o “inmigrante de segunda generación”. 

En este contexto de violencia racista, el Kuduro, junto con la reapropiación de otros estilos musicales lusófonos (funaná, kizomba, semba...), ejerce una gran influencia en la creación de una nueva identidad diaspórica urbana de lxs jóvenes afrodescendientes. Es importante hablar de Kuduro porque permite entender la identidad como algo no esencial, que puede ser transformable y maleable. Las corrientes culturales urbanas permiten vivir y crear con mayor fluidez símbolos sociales y políticos, marcados por diferentes micronarrativas e impactar así en grandes nociones o macronarrativas de nación e identidad. Es tal el poder de este movimiento urbano, que crea diferentes significados en Angola y en Portugal, sin ser por ello contradictorios. El Kuduro permite en Lisboa la creación de una identidad de resistencia y solidaridad en una idea de África imaginada e idealizada. En Luanda, responde a la evolución de la identidad cosmopolita creada a través de la Semba y representa a su vez un altavoz social desde los musseques que además reivindican la pertenencia y características de cada uno.

Entender el Kuduro es un proceso que pasa por la descolonización de nuestros referentes, de nuestro oído musical, del desde dónde entendemos y valoramos la cultura y en concreto las danzas urbanas afrodescendientes. La imposición de un tipo de consumo muy concreto de “lo urbano africano” es tal que conseguimos borrar todo matiz y toda diferencia entre los países y los contextos de creación. Tanto es así, que conseguimos modificar a nuestro antojo las propuestas urbanas actuales del continente. 

Asimismo, percibir el rol de las danzas urbanas afrodescendientes en las ciudades del Sur europeo permite entender cuál es la percepción de la negritud y hasta qué punto se concibe la danza con los mismos razonamientos racistas que encierran y encasillan nuestras identidades. Entendemos a través del Kuduro que en Portugal se asume la existencia de una afrodescendencia aunque obligándola a sentir unas pertenencias concretas y además, excluyéndola del centro de la capital. ¿Qué ocurre en Barcelona? Aquí, ni siquiera se asume la existencia de una afrodescendencia y “lo afro”, “lo negro” forma parte de un mismo pack con una identidad, un país de origen, un idioma. Al igual que en otros países europeos, se lleva el “Afro Dance”, la “Afro Fusión”. Los entiendo, y, sobretodo, por ser tan mainstream, como productos capitalistas hechos para consumidorxs que no quieren prestar atención a cuestiones como la apropiación cultural o la neocolonización de las estéticas.

Frente a esta confusión de terminología, encuentro en el proceso de investigación de una danza urbana como el Kuduro, un lugar de fluidez en el que entender e incluso redefinir mi propia identidad. El Kuduro y el Coupé Décalé, estilos en los que me centro, nacen de la necesidad de una creación identitaria concreta y el hecho de que la danza permita tal cosa, me maravilla. Usemos el nombre propio de cada danza, reconozcamos los contextos políticos y sociales que permiten sus nacimientos. Así, vamos más allá reconociendo las diversas pertenencias que atraviesan la negritud. Dejemos de romantizar la danza. Estamos hablando de movimientos culturales que suponen, frente a las narraciones que nos enmarcan, una contranarrativa, contradiscursos que ofrecen perspectivas esperanzadoras a la hora de abordar la percepción de las identidades afrodescendientes en Europa. Reconociéndolos dejaremos que transformen nuestros relatos de normalidad.



Por: Inés Archer, bailarina e investigadora de danzas urbanas afrodescendientes