La cancelación:

una herramienta de lxs amos para entorpecer nuestro plan de fuga cimarrona
Audre Lorde Fuente  350 Vermot-Flickr

Audre Lorde Fuente 350 Vermot-Flickr

Por Waquel Drullard

No me siento vigilada solo por el Instituto Nacional de Migración (INM), no me siento solo vigilada por la policía que sigue usando la perfilación racial para detener a gente negra, india y racializada arbitrariamente en las calles de la Ciudad de México. No solo tengo miedo de la observación constante del Estado y todos sus aparatos de control, deseantes de aplicar el imperio de la ley a todo inmigrante racializado del Caribe; del  artículo 33 constitucional que prohíbe que personas “extranjeras” hablen sobre asuntos considerados internos y de índole nacional... Yo siempre he temido por el hecho de que en cualquier momento me llegue alguna notificación que exija mi salida inmediata del país a razón de mi labor y por criticar la necro-política racista del Estado mexicano, que se ejecuta todos los días sobre y contra la gente no blanca y racializada. Desde hace 7 años trabajo en colaboración con actores civiles y personas defensoras para el mejoramiento de las condiciones generales en México (uno de los países más peligrosos en el mundo para ser periodista  y de los más violentos para personas defensoras), para ejercer la libertad de expresión y el derecho a defender los derechos humanos en un país que experimenta una grave crisis de violencia. México es un necro-Estado, es una enorme fosa clandestina que contienen más de 90 mil personas desaparecidas, desapariciones de sujetos específicos, dejados morir por el Estado, por tratarse de vidas inconsiderables, de personas periféricas, precarizadas y no blancas que en contextos de violencias y enorme vulnerabilidad,  experimentan la mayor crueldad del capitalismo gore [2]. No quiero detenerme aquí para hablar sobre el tipo de violencias y crímenes de lesa humanidad que se cometen en este territorio ocupado por el Estado mexicano, en coalición con actores paraestatales, y repetir lo que en múltiples informes se ha dicho: México atraviesa una grave crisis de derechos humanos.

 Les vengo a hablar de otra cosa. Aparte de sentirme estigmatizada por el gobierno y el Estado mexicano por denunciar  sus violencia estructurales  y sus políticas de muerte, que se patentan en lo cotidiano con la venia del Ejecutivo, y por la ausencia de voluntad política para enfrentarlas y en  complicidad de todo su aparato gubernamental que se constituye como el principal agresor de violencias contra poblaciones precarizadas, racializadas y constituidas por los propios poderes, aptas para ocupar espacios infra-jerarquizados de explotación, despojo y control; también me estoy percatando de una vigilancia que viene de otro lado no supra con fines de cancelación proveniente de ciertos actores activistas que ahogados en el eurocentrismo penal, ejercen el punitivismo como su forma de hacer “política” contra quienes se atreven a encarnar su propia experiencia y deciden hacerla pública. 

 Pensando en Audre Lorde, creo que muchas no hemos seguido el consejo que nos dejó en 1979 y hemos insistido en usar la herramienta de lxs amos para desmontar la casa de la plantación [1]. La opresión que genera múltiples violencias coloniales no solo vienen de manera directa de las instituciones de gobierno que se fundan sobre la estructura heterocapitalista y racista que constituye el Estado y a su vez la organización del mundo en lógica de jerarquización de vidas centrales blancas funcionales a los deseos de la reproducción heterosexual y la producción moderna-capitalista que gestiona la vida y los recursos del planeta como herencia divina, que en detrimento de vidas desechables racializadas, negras, marikas, desviadas y anormales, amenazan la estabilidad global de la matriz de opresión, matriz que no es otra cosa más,  que el binomio heterosexualidad y capital, que a su vez produce el error de mundo que forzosamente habitamos…Dicho poder estatal ejercido desde las instituciones opera también a través de un poder invisible y simbólico que es transferible y operativizable desde cualquier cuerpo: la gente como elemento policial y vigilante del otro. 

 La policía no es solo la institución racista execrable que sostiene la falsa idea colonial y cristianocéntrica del bien y el mal. Es decir, la policía no es solo ese recordatorio televisivo y constante que construye el metarrelato securitista del mantenimiento del contrato social que permea en todos los espacios de lo público y lo privado, y que te recuerda que hay “criminales que son malos y otros sujetos blancos que son buenos”. La policía no es solo quien sustenta el imaginario carcelario y la lógica punitivista racista que detiene, regula y prohíbe el movimiento a cuerpos racializados entre fronteras y geografías sociales. Sobre esto hay que saber que la policía funciona en cuanto tiene la “palanca prisión”, su poder es materializable por la existencia de lugares tan racistas como las cárceles. “si no te detienes prieto, te meto preso” – en República Dominicana muchas hemos escuchado esas palabras desde chamaquitos en los barrios de Santo Domingo. 

El binomio heterocapitalista “policía – cárcel” no solo se concreta en las instituciones formales neoliberales del Estado, que en lógica de panóptico – guiño a Foucault – vigilan y castigan. Sino que la policía somos todas, el panóptico no es una arquitectura en forma de torre de control en el centro de nuestras ciudades, barrios y comunidades; el panóptico eres tú, y peor aún, lo encarnan quienes dicen oponerse al punitivismo carcelario de Estado. Son muches activistas antirracistas y feministas quienes se han convertido en las más punitivas a través de una estrategia capitalista y ya implantada por la lógica de gobierno: la cancelación. De eso les vengo a hablar.

Quiero iniciar diciendo que la cancelación es otra forma de ser policía. La cancelación al igual que el escrache es una forma de in-justicia por definición, porque sólo cobra sentido bajo parámetros victimistas que construye narrativas antagónicas en sentido dicotómico de “bueno y malo – víctima y victimario –” anulando por completo la oportunidad de diálogo, intercambio y conversaciones entre las partes involucradas. La cancelación es una vertiente más del sistema criminal penal, que dicho sea de paso siempre es racista y colonial, porque al igual que el sistema penal de in-justicia, heredado del colonialismo para hacernos creer que problemas coloniales de genocidio y explotación se pueden subsanar con leyes y cárceles, la cancelación también funciona bajo los mismos parámetros: existe un canon aprobado por cierto “gremio – redes de personas” que usarán plataformas digitales como palestra pública de linchamiento para exhibir al mal comportado, al cancelado y al sujeto de castigo, tal como lo teatraliza el Estado a través de sus tribunales que desembocan en prisión. El objetivo es la anulación social.

Hay varias cosas que aclarar, primero la cancelación es moral. Su fundamento se basa en una clase de “deber ser” que todas deberían cumplir. Es muy cristianocentrada porque parece que tienen sus 10 mandamientos sobre qué decir, cómo decirlo, con quién juntarse y cómo hacerlo. La cancelación no es una denuncia, tengámoslo claro, cancelar no es igual a denunciar una violación/violencia muy particular. Cancelar es la intención que se moviliza desde la mala fe para anular la voz y la legitimidad del otro para hablar, cancelar no es otra cosa que chisme y desacreditar a alguien, para así construir una mala reputación de alguien. La cancelación es moral porque se cancela cuando no se cumple con ciertas expectativas de lo aceptable, cuando se es demasiado irreverente ante el canon, la cancelación se ejecuta cuando no se es buen activista, cancelar es el castigo por perder las olimpiadas de la opresión – todo es lo mismo – así como la cárcel castiga, el tribunal castiga, el Estado castiga, la iglesia castiga – la cancelación es el castigo que se paga por “salirse del guacal”. Cancelar es la pena que te hacen pagar por desobedecer o estar en desacuerdo o no cumplir con el performance legítimo establecido por la policías que vigilan el perfecto comportamiento del sujeto propio de ciertos movimientos sociales. La cancelación no solo se da haciéndola pública en redes sociales, si no que funciona en lo privado. La policía no solo está en la calle, habita nuestros cuartos y lugares más íntimos, hay una cancelación que opera de “boca en boca” en grupos de WhatsApp, que básicamente se basa en decir: cuidado con tal persona, es muy violenta. Aquí entra otro componente: la banalización de la violencia.

¿Cuántas veces nuestro mayor verdugo ha sido nuestra sorora amiga feminista, nuestra amiga antirracista o compañere de lucha? ¿Cuántas veces te han acusado de violenta por expresar dudas, por hacer preguntas o cuestionar prácticas esencialistas?
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Una carta infalible en la cultura de la cancelación es llamarte VIOLENTA, porque en este orden moral que arropa a los activismos, donde la VÍCTIMA es el nuevo sujeto político por excelencia  ¿Quién estaría del lado de la mala víctima?

 Un campo infranqueable ha sido el decir que todo es violencia. México es un país muy racista con personas y cuerpos que vienen del Caribe negro. Nuestros comportamientos, nuestro tono, nuestros timbres de voz, nuestra participación, nuestras palabras, nuestra escritura, nuestro movimiento corporal, nuestra proximidad a otrxs, nuestro deseo de hablar y decir muchas veces es considerado sospechoso y violento, pero no saben que eso tiene nombre: RACISMO e higienismo burgués.

Exigir a vidas negras del Caribe ecuanimidad blanco-burguesa bajo la deseabilidad del buen/moderado comportamiento “humilde-sencillo” es higienista y un acto integracionista que revela el profundo racismo que encarnan muchos movimientos sociales y espacios de activismo en México.
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Por eso, creo que es urgente también alejarnos de esa etiqueta “activista” porque está moralizada y cargada de un sinfín de expectativas de bondad y blanquitud que responden a valores occidentales. Es necesario habitar otros lugares porque parece que ser “activista” no admite contradicciones y contra-reflexiones.

 La cultura de la cancelación es la anulación del otro, promueve el odio y busca la muerte social de voces disidentes. La cancelación no persigue ni el diálogo ni se basa en la libre expresión. Es todo lo contrario, cancelar es por definición in- justicia, porque no promueve la escucha activa ni la conversación entre las partes involucradas. No se busca reparar, sanar o transformar, se busca anular la voz total y la legitimidad del sujeto cancelado para hablar. La cancelación es colonial no solo porque reproduce el punitivismo, si no porque es totalitario al promover un linchamiento, una caza de brujas y emprender cruzadas para eliminar la participación de alguien en ciertos espacios y temas. La cancelación es una herencia colonial porque posibilita el imaginario de la prisión. Para meter a alguien en la cárcel primero se le cancela como “ciudadano bueno”, la cancelación es un prerrequisito de las prisiones, y lo que hacen muchos activismos supuestamente antirracistas y feministas que recurren a ella, es perpetuar el ideal colonial de la pena y el castigo para deshacerse de voces molestas o que simplemente les “caen mal”.

Diseño por Thomas Hawk  Fuente Flickr

Diseño por Thomas Hawk Fuente Flickr

La cancelación también se trata de un tema personal, se basa en el chisme, en la mentira y la manipulación, se basa en la divulgación de una mentira que construye a otro como victimario y considerable para ser desterrado de ciertos espacios. Busca la muerte social de cierta gente. La cancelación es capitalista porque persigue el monopolio de la opinión y el protagonismo de ciertas personas. Es capitalista porque se da en una lógica de disputa por el discurso y por los recursos. Hoy en la época pandémica protagonizada por el Twitter y el devenir influencer, hay una competencia atroz por la visibilidad y la fama, contrario al sujeto que describió Michel Foucault en “La vida de los hombres infames”. En tiempos de cancelación y escrache, en los activismos parece que hay una clase de juegos del hambre, donde la carta – desacreditar al otro – siempre te dará una ventaja.

La cancelación miente para sostener la idea dicotómica del antagonismo víctima/victimario, la cual siempre es una narrativa taquillera, muy vendible en espacios virtuales como las redes sociales. Cancelar configura el ideal cristiano  y pretende vender la “buena víctima” ganadora de las olimpiadas de la opresión y que demuestra ser “la más jodida dentro de las jodidas”, y que apela al pueblo para que la defienda a través del enjuiciamiento público linchador y penal. La cancelación constituye sujetos autorizados y otros desautorizados. Todo esto es injunsto porque hasta viola lo más básico del derecho, que dicho sea de paso siempre es una herramienta al servicio del poder, que es que toda persona es inocente hasta demostrar lo contrario. La cancelación no permite un debido proceso donde el sujeto cancelado pueda hablar – la cancelación funciona a través de juicios definitivos, sumarios  y declaratorias categóricas que busca la muerte social y el linchamiento de alguien.

La cancelación es una forma de desinformación, es literalmente “fake news” porque busca a través de ciertos medios como Twitter por ejemplo, construir narrativas de odio que anula no sólo la experiencia y el punto de vista de alguien, sino también su existencia. La cancelación es eminentemente fascista porque su objetivo último es que un sector o un grupo de personas repudien y odien a alguien, logrando que sea así apartada de espacios de participación específicos. Se cancela porque es una estrategia de derecha insertada dentro del neoliberalismo para disputar el poder, anulando a quien se convierte o es equívocamente percibido como amenaza. Aunque gente oprimida reproduce la cancelación como forma de hacer “política” – la cancelación es un invento de la blanquitud para deslegitimar las voces de la subalternidad racializada que se atrevieron a hablar sin la autorización de lxs amos - cancelar es colonial.

La cancelación es la romantización de la víctima, sólo es posible pensar la cancelación dentro de las olimpiadas de la opresión. Si no eres suficientemente sufrida y jodida, eres objetivo de ser cancelada. La cancelación es fiscalización y vigilancia, hace un trabajo al estilo militarista de la CIA. Piensa en lógica sumaria de las opresiones al estilo interseccional, idealiza identidades en categorías fijas, investiga dónde estudiaste, qué comes, dónde te mueves, qué ropa usas, dónde vives…para saber si eres un sujeto digno de hablar de ciertos temas. La cultura de la cancelación se moviliza a través del paradigma de la visión que es propiamente occidental, asume conocer tu vivencia y te califica dependiendo de cómo te ves, qué usas y dónde te ubicas. Desconoce que hayas sido la primera persona en tener educación universitaria en tu familia, desconoce los procesos de becas para lograr estudiar en la universidad, desconoce el proceso migratorio que hay detrás para salir del Caribe, desconoce la condición laboral…Desconoce la realidad particular y porque como ya dije: la cancelación se basa en la mentira y la difamación. La cancelación al construir su ideal víctima, edifica villanos y exige sus cabezas por medio de la manipulación social. Trump, Bolsonaro o Netanyahu cancelan para negar su fascismo. La Derecha cancela para negar su odio, las terfs cancelan para negar su transfobia, los racistas cancelan para negar su racismo…la cancelación se usa para negar y evitar el debate. La cancelación no es una estrategia política que genera transformación, sino que fragmenta y compartimentaliza las vivencias que pueden ser múltiples, evita esa posibilidad de multiplicidad de un tema para hegemonizar/monopolizar el punto de vista en lógica de propiedad y dueñitud en torno a una realidad particular de un tema. La cancelación es racista y clasista porque siempre quien resulta cancelado es quien no ocupa un lugar en la mesa, quien no es el sujeto hegemónico, es quien experimenta cierto grado de vulnerabilidad que puede ser alcanzable por la mentira de la cancelación. Coca Cola a pesar de que ha privatizado el agua del mundo y ha roto el tejido social y territorial de comunidades afro-indígenas en el planeta, sigue vendiendo y nunca será sujeto de cancelación, porque la cancelación jode a quien está abajo y es una estrategia administrada por la matriz colonial que gobierna este mundo globalizado.

No se puede ser antirracista, anticarcelaria y contra-punitivista mientras nos sumerjamos y operemos a través de la cultura de la cancelación. Contra lo que se ha dicho, cancelar no es interpelación, porque la interpelación siempre implica necesariamente apertura de canales de diálogo e interlocución, interpelar por definición espera respuestas y explicación que permita  aclarar contextos y situaciones. La cancelación a diferencia, repito, busca anular socialmente a alguien, ¿así o más fascismo?

Hay que tener cuidado, mucho cuidado, porque la cancelación tiene efectos en mayor o menor medida, pero tiene consecuencias siempre. Cada una estamos inmersas en relaciones interpersonales con otres. Cuando cancelamos hay que saber que lo más probable es que la cancelación no tenga eco en todas las personas y espacios por diferentes razones:  unas cuestionarán el acto y dudarán; otras lo dejarán pasar y otro segmento creerá y procederá a vetar al sujeto cancelado. Este es el daño que provoca la cancelación. Por este efecto, es urgente que reflexionemos sobre la viabilidad de esta práctica punitiva en nuestros espacios, círculos y movimientos sociales. 

La cancelación no conoce límites. En mi caso, hasta me investigaron en redes sociales de ligue, para ver qué fotos tenía y cómo me describía allí para posteriormente usar esa información para desacreditarme como “normado”. Ante esto, no sé qué responder, pero justamente nos sirve para desvelar el componente fiscalizador de la cancelación que hace de mucha gente los peores policías que constantemente nos vigilan. 

No quiero terminar de escribir estas ideas sin antes decir lo evidente. La cancelación es un falso parche para justificar el odio hacia alguien. Los antagonismos y las competencias están hoy más presentes en los movimientos sociales. Ante esto hay que recordar que no hay forma de estar exentas de estas dinámicas tan dañinas. Todas estamos dentro de la colonialidad y el capital, y esto me lleva a preguntarme:

¿qué tenemos que hacer para superar la disputa individualista que se interpone en nuestro camino, para enfrentar el verdadero enemigo que es el Estado y su aparato gubernamental necropolítico, que perpetúa la antropología de la dominación en el mundo?
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Porque es importante precisar que uno de los efectos y objetivos de la cancelación, es evitar que veamos el verdadero problema. Cuando somos la polícia de quien está a nuestro lado, dejamos ver la gran fosa clandestina que se construye bajo nuestros pies. Por eso, es necesario escapar de este círculo engañoso.

 Nadie está a salvo. Todas podríamos caer en el tentador llamado de la cancelación o ser objetivo de ella. Resistir es lo que queda. Hacer comunidad, abrir diálogos y construir acuerdos/consensos por fuera de las redes será una estrategia política antirracista necesaria, para seguir con el plan cimarrón  que tanto hemos venido imaginando. 


[1] Referencia directa al texto de Audre Lorde “Las herramientas del amo nunca desmontarán la casa del amo”. 1979. Estados Unidos.

[2] Concepto de Sayak Valencia. “Capitalismo Gore”. 2010. Piadós

[3] Antropología de la dominación. Concepto de Ochy Curiel. “La nación heterosexual”. Análisis del discurso jurídico y el régimen heterosexual desde la antropología de la dominación. 2013. Universidad Nacional de Colombia.