Yo soy hijx de petros

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Ilustración Elizabeth Montero

Por Jean Sano Santana

 No recuerdo con exactitud el contexto ni el día donde por primera vez, a pesar de lo evidente del cuerpo que habito, me di cuenta que soy negrx. Quizás uno de los domingos que fui a la mar para poner un servicio a Yemayá, luego de asistir en la mañana a la misa de su sincretismo católico y patrona de mi pueblo, la Virgen de Regla o quizás limpiando mi altar como me enseñó Güela o bailando palo en las fiestas de Melania o Doña Digna. Estas son memorias borrosas que sólo veo en sueños. Sí recuerdo claramente, aunque intenté olvidarlo, la primera vez que me sentí discriminado por mi apariencia y apellido: era mi tercera semana de trabajo como cajero de un banco y el cliente regresó a la fila, negándose a que lo atendiese, cuando le dije que mi apellido era haitiano. De esta forma reconocí mi negritud, experimentando la activación de prácticas racistas sobre mi cuerpo. Aprendí que soy negrx a través de la violencia como lo asumieron mis ancestrxs racializadxs a golpe de látigo. Yo también cargo cicatrices. 

 

En esta ciudad, nadie conoce el abolengo humilde de mi familia, Santo Domingo nunca ha sido Baní. Quienes se creen nativxs de la capital siempre me han hecho sentir como un extranjerx. Esto lo entendí escuchando microagresiones diarias, sin perder la sonrisa de oreja a oreja que exige el servicio al cliente durante los seis meses que fui cajero bancario. Veinticuatro semanas afirmando mi dominicanidad a todo cliente que la cuestionaba debido a mi negritud. Antes de llegar a la capital, probablemente por mi corta edad o las particularidades de las dinámicas rurales, no había comprendido que ser dominicanx implicaba reproducir un rechazo constante a la negritud o su sinónimo local, la haitianidad. Así lo diseñó el poder desde el nacimiento de este Estado en 1844 cuando una minoría racista tomó el control del proceso separatista y definió la Patria desde el antihaitianismo. Bobadilla, Santana, Baez, Trujillo, Balaguer… todos construyeron o reforzaron una identidad nacional dominicana blanca, hispánica y católica en contraste a la vecina Haití, la primera República Negra del mundo. Tras siglos de un blanqueamiento ideológico y étnico-racial implementado como política de Estado, el imaginario colectivo de esta sociedad ha asumido que el vientre negro de la República Dominicana solo pare hijxs blancxs, pues aquí, nadie es negrx. 

 

El racismo existe tanto en Estados Unidos como en República Dominicana porque la opresión a los cuerpos negros no paró con la abolición de la esclavitud. Expreso mi solidaridad a todas las diásporas negras de Abya Yala, las hijas, los hijos y les hijes de nuestrxs ancestrxs secuestradxs que habitan desde el Ártico a Tierra de Fuego. Comparto su dolor y sus luchas. Yo no me considero una persona violenta, todo lo contrario, la relación simbiótica que tengo con mi hermana la desarrollé por mi naturaleza calmada y pacífica. En cambio, Sanoli se fue varias veces a las trompadas con otrxs niñxs para defenderme. Yo prefiero dialogar, llegar a consensos. Sin embargo, soy incapaz de invalidar la violencia como una respuesta legítima a los abusos sistemáticos o  como catalizador de cambios estructurales.

 

Yo soy hijx de petros, condenar la violencia negaría mi existencia misma. Existo porque otres pusieron su cuerpo en la lucha. Mi libertad costó años de resistencia y ríos de sangre. Por la desobediencia, hoy soy. Mackandal inició la rebelión que me haría libre a mediados del siglo XVIII envenenando a cuanto hacendado esclavista pudo, con el único brazo que tenía, porque el otro lo había perdido entre los dientes de un trapiche. Los rezos a los difuntos se escuchaban en todas las casas de la Llanura de Cabo Francés. El poderoso Mackandal no vivió para vernos libres, lo hizo Dessalines bajo su mandato draconiano “koupe tèt, boule kay” (corten cabezas, quemen casas). Así se abolió la esclavitud en Saint-Domingue, a machetazos. Gracias a estas luchas nacería libre pero aún no podría volar. 

 Las alas me las daría Marsha P. Johnson en 1969. La policía de New York City  nunca imaginó que una mujer negra trans trabajora sexual iniciaría una revolución para regalarnos un cielo donde todes volemos. La subestimaron como nos subestiman hoy. Marsha se levantó contra la polícia y detrás del primer ladrillo se sumaron otros cuerpos y otras voces cuyos ecos mantenemos vivos en nuestros discursos. Así se inició la lucha por los derechos LGBTI, a ladrillazos.

Prietx y pájaro, a mucha honra. Me puedo llenar la boca diciéndolo gracias a los pleitos antisistémicos de mis ancestrxs y no al diálogo, pues los blancos nunca nos han querido escuchar. Incluso nuestra África la dividieron a su antojo y sin preguntarnos nada, atendiendo únicamente a sus intereses imperialistas. La blanquitud es peligrosa y la historia nos demuestra que solo nos escuchan cuando nos alzamos. Por eso estamos aquí, venimos por el desquite.